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Frente la diversidad de conflictos que aparecen en la relación familiar, en el análisis de las repercusiones del alcoholismo, cobra una gran importancia la distinción entre la familia  de origen y la creada. Una de las características de la familia de origen es la difícil separación entre los efectos causados por una posible personalidad anómala o, exclusivamente, por el hábito alcohólico. En este aspecto, hay que tener en cuenta, la tendencia del alcohólico a atribuir su conducta al ambiente que le rodea y proyectar sus conflictos en las demás personas presentando una gran precocidad de habituación al consumo de bebidas alcohólicas.

Dentro de la familia creada, los enfermos alcohólicos atribuyen mayoritariamente su hábito a las difíciles relaciones en su hogar. Sin embargo, esta afirmación corresponde a un falso estereotipo, ya que al producirse generalmente el alcoholismo de su pareja con anterioridad al matrimonio, en escasas ocasiones, la esposa suele ser la causa de la adicción. Por el contrario, su patología sería más bien de tipo neurótico y precisaría tratamiento. Hay que buscar en el propio individuo su falta de adaptación, que en definitiva, es la que dificulta conseguir el sostenimiento económico de la familia sin recurrir al alcohol.

Estudios como los de Steinglass (27) referidos a la familia alcohólica desde una orientación sistémica, confirman que “el estrés que acompaña al alcoholismo, se extiende de forma uniforme a toda la familia, en lugar de limitarse a la persona que bebe o al cónyuge no alcohólico”. De forma paralela, consideran que “determinar el grado de esta repercusión no es tan simple, al depender básicamente de dos factores: la pauta del consumo de la bebida, y de la vulnerabilidad de la familia”.

Un análisis pormenorizado realizado por Aubrión (28), exponía una clasificación de la personalidad de cada uno de los cónyuges según el rol que ejercen en un ambiente donde se detecta un enfermo alcohólico. Entre ellos definía al denominado “cónyuge inductor”, quien con distintas estrategias facilita la conducta de abuso de alcohol en su pareja. Opuesto a este compañero emocional se encuentra el “cónyuge tipo o cónyuge colaborador” dispuesto a trabajar con el especialista para contribuir a la resolución de la dependencia. A estos añade una definición de subtipos como el “cónyuge condicionado”, que representa en la mayoría de las ocasiones a una mujer, que adopta el papel de justificadora que disculpa, y se adapta a la situación sin plantear crisis o cambios. También existe el “cónyuge inadaptado”, “cónyuge masoquista” o “cónyuge beneficiario”, definido éste último como la persona que no presenta oposición al consumo de alcohol de la pareja, por una serie de motivos personales que implican un beneficio propio, ya sea la dominación de la pareja o como medio de alejarlo del funcionamiento familiar.”

Según Lloret Irles (10) ello quiere decir que el “tipo de relaciones que se establecen en una pareja cuando aparece un problema de adicción, en este caso el alcoholismo, son complejas, aunque dentro de la red de factores que conforman la etiología de una toxicomanía, la familia sea posiblemente uno de los pilares más importantes”. Una revisión de publicaciones de literatura científica internacional de diferentes autores, recogidas por Gómez Sanabria (29) ha mostrado desde la teoría de la codependencia, las repercusiones de la adicción en cada uno de los miembros de la unidad familiar. En este sentido, Wegscheider-Cruese (30) en 1984 afirma que se trata de una “enfermedad primaria que una vez desencadenada sigue su curso y afecta a cada miembro de la familia en cuanto que intentan adaptarse a un sistema familiar enfermo, cuyo objetivo es proteger y facilitar las cosas al adicto”.

Tales repercusiones, fueron asimismo definidas por Subby (31) como un “mecanismo desarrollado a partir de una prolongada exposición de la dependencia alcohólica unida a un conjunto de reglas represivas que previenen la manifestación abierta de sentimientos y la discusión directa de los problemas personales e interpersonales”. En 1986 Cermack (32) señala un trastorno de personalidad previo padecido por algún o algunos de los miembros de la familia en interacción con la adicción. Se trata de un trastorno facilitador de la adicción, provocado y mantenido por la conducta del adicto.

Gómez Sanabria (29) verifica que la presencia de una persona adicta en el seno familiar aporta a los demás miembros un conjunto de dificultades que, en el mejor de los casos, conlleva una pérdida de calidad de vida. De forma paralela, señalan que esta definición se suele convertir “en un eufemismo al constituir la familia, el grupo social sobre quien recae directamente las consecuencias más negativas, que no sólo abarcan aspectos económicos y sociales, sino que se extiende a los ámbitos de la salud psíquica y física de cada uno de sus miembros no drogadictos”. Ello no significa que desaparezcan las relaciones afectivas entre sus miembros. A pesar de la crisis de la familia actual, es un hecho demostrado, que ésta representa uno de los valores afectivos más preciados por la juventud debido a una mayor tolerancia paterna. No obstante, también es cierto, que cuando hay un enfermo alcohólico, se deteriora la calidad de la vida familiar. Por esta razón es frecuente que se dé el fenómeno de la disgregación familiar debida a que el alcohólico juega un papel determinante al ser la causa, por un lado, de fallos en los dos cónyuges y por otro, de provocar un rechazo del hogar por parte de los hijos, así como una actitud antipadre o padres en la adolescencia.

Actualmente está suficientemente demostrado que una de las primeras implicaciones negativas que plantea la presencia de un enfermo alcohólico son los desajustes familiares.

Multitud de trabajos indican las graves repercusiones económicas y laborales derivadas de la dependencia alcohólica en el ámbito privado del hogar. García Prieto (33) señala igualmente que el alcoholismo paterno, produce desestructuración familiar, un bajo nivel socioeconómico o situaciones de marginación. Santo Domingo (15), dentro del marco general de la violencia, definía la dependencia alcohólica en la familia como un elemento perturbador en la relación de las parejas y demás miembros familiares. Especialmente cuando la dependencia se refiere al cabeza de familia, pues acarrea además de las lógicas alteraciones en la dinámica familiar, la pérdida del puesto de trabajo o disminución de la categoría laboral.

En el estudio denominado “Evaluación e intervención en la violencia familiar y alcoholismo”, (4) se pudo comprobar como entre los motivos principales de las agresiones se encuentran los constantes desajustes familiares. En el caso de un progenitor alcohólico son debidos a una marcada falta de confianza en sí mismo que conlleva otros factores de riesgo como pueden ser las dificultades económicas y laborales derivadas de la pérdida del empleo y la desvalorización profesional.

Este perfil se da en mayor medida, en mujeres de las generaciones más jóvenes residentes en los centros de acogida. En estos casos se observa una estrecha relación entre el aumento de la edad y la mayor influencia de los factores psicopatológicos en los que el uso abusivo de alcohol y la salud mental ocupan un lugar relevante, con un incremento paralelo de ese sentimiento de desconfianza hacia sí mismos y el nivel de consumo.

Es en este preciso momento cuando tiene lugar la tendencia hacia conductas anómalas causadas por la inmadurez afectiva de los hijos estrechamente relacionada con la degradación general familiar, y descenso del status socioeconómico y de la calidad de vida, que incluye el nivel cultural y laboral. De tal modo que la práctica clínica diaria relacionada con el alcoholismo pone de relie- ve que, en multitud de casos, estas afirmaciones responden a ideas preconcebidas y prejuicios que se han venido arrastrando desde los primeros estudios clínicos, ya que el papel de cualquiera de los dos cónyuges puede ser fundamental en el mantenimiento del problema.

En definitiva, la gran capacidad de la familia como contexto social primario del individuo se demuestra en publicaciones recientes españolas. Lloret Irles (10) la define como “el elemento central más importante tanto en la interacción como en la prevención del consumo de drogas”. Según este autor “dejando aparte los factores genéticos, los procesos de socialización familiar son importantes al constituir la base de predisponentes tales como las actitudes, la personalidad, el autoconcepto, los valores, y en última instancia, las habilidades de comunicación; ya que la relación entre la familia y el consumo, no se limita a la causalidad ya establecida sino que hay otra vertiente no menos importante que se refiere a la trascendencia de esta patología en las interacciones familiares y a las dinámicas relacionales disfuncionales que se crean debido a este problema”.

Bibliografía

Garcia Más, M. (2002). Monografia alcohol. Patologia familiar y violencia de género. Adicciones Vol. 14 Supl.1 , 221-238.

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